Un Legado de Fé y Tradición

Por Hermandad Escuela De Cristo


Publicado 02 April 2020



La vida pasa frente a nosotros como una película mágica donde todas nuestras vivencias parecen contadas de manera singular. La vida en la apacible Antigua Guatemala, donde el murmullo de los cenzontles se deja escuchar desde que el sol nos regala sus primeros rayos, acompañados por el roció que baña la multicolorida ciudad, donde las gravileas, jacarandas y nazarenos se mecen como dándonos un saludo fugaz.

Doña Josefina camina mas corriendo que andando desde la cuarta calle para llegar a las primeras bancas de su misa diaria, acompañada por su infaltable rosario, Don Manuel abre su taller de reparación de calzado, y como olvidar a Don Mingo el sastre que en su bicicleta va saludando a todos, tal cual alcalde en su ciudad, con un hule en su tobillo arremangando el ruedo del pantalón para no arruinarlo con los rayos de su transporte. Así es la vida en mi Ciudad….llena de anécdotas, historias y gente que como esta, son personajes que día a día nos recuerdan que vivimos en un lugar que pese al modernismo aun conserva el trato afable de nuestra gente.

Yo desde mi ventana, a mis ya 80 años veo pasar el mundo frente a mi, los recuerdos brotan a borbotones de mi memoria y me recuerdan que mi reloj biológico ya ha vivido innumerables momentos para hoy recordar.

Que seria de mi ciudad sin sus Iglesias me pregunto a veces, que seria de la Antigua sin sus tradiciones, pero principalmente que hubiese sido de las generaciones futuras si luego del terremoto de Santa Marta, no hubiese quedado gente que con fe logro mantener vivo el legado de Fe y Tradición que inculcaron nuestros antepasados, manteniendo lo que hoy es motivo de orgullo de nuestra ciudad, una Ciudad Mística. Trasladando mi mirada mas de 70 años recuerdo cuando mi padre me llevo por vez primera a las filas de la devoción allá por los últimos años de la década de los 30’s; todo caminaba de manera mas lenta, esperaba todo el año para volver a revestirme por la túnica de mis amores,  y allí cual niño asombrado, de la mano de su padre, en la ultima grada del atrio, se imponía ante mi la fachada gris del Templo de Nuestra Señora de los Remedios, en otro viernes santo mas en mi vida….y el silencio estremecía, el viento parecía acongojado y las personas devotamente acompañaban a el Cristo muerto, al Señor Sepultado de la Escuela de Cristo. Esas imágenes nunca se borran de mi memoria infantil, los aromas, los colores y los sabores de esa época permanecen intactos en mi. Cada viernes de cuaresma puntuales con mi madre en el vía crucis, cada jueves ir a la tienda de Doña Chonita, a comprarle tres corozos despenicados y un poquito de trébol, para aromatizar toda la casa y mi huerto personal; cada domingo ir a rezarle junto a mi abuela, el rosario por las animas frente al altar de Jesús. En fin así transcurría toda mi Cuaresma en un ir y venir entre tradiciones de una Ciudad y una fe que herede de mis padres y abuelos. Poco a poco me fui inmiscuyendo en las actividades de las personas de ese entonces de la Hermandad de la Escuela de Cristo, mi labor consistía en colocarle los ganchitos a los turnos, colocarme en la puerta con la alcancilla  y una bandeja llena de los algodoncitos bendecidos y los cordoncitos morados escuchando el golpecito de las monedas cada vez que pasaba un devoto. Para mi fue inolvidable ayudar a esos hombres y mujeres llenos de orgullo por pertenecer a un ente de tradición y fe.

Pasaron mis años infantiles y mi adolescencia, deje de ser un chiris y me convertí en un hombre…pero mi fe y sobre todo mi amor por lo nuestro nunca se quebró, estuviese donde estuviese trabajando, volvía a mi casa desde miércoles santo hasta la pascua de resurrección. Los pendones morados y negros en las ventanas, la preparación en mi casa por mi madre y hermanas de las empanadas, y escuchar a toda la gente hablar de lo mismo me hacían tan feliz, sabia que el día que esperaba estaba por llegar. 

Mi vida cambio, ya compartía mi mundo con una mujer excepcional, y sobre todo compartíamos la  fe y el amor por la semana santa. Ahora ella había relevado a mi madre en el zurcido de las túnicas o el planchado de las mismas con la vieja plancha de carbón y su gallito al frente. Pero no estaríamos completos si lo que yo herede y de lo que yo soy participe, no lo heredara a una generación más y fue así como a finales de los cincuentas, ya en casa no era solo una túnica, ya eran dos. Talvez diminuta y casi imperceptible, pero para todo padre es  como el relevo generacional de lo que tanto amas, del mundo de un cucurucho que al revestir a sus hijos siente la misma emoción que la primera vez que entro al Señor, o el orgullo en el rostro de que la gente vea que hay alguien mas, que ahora acompañara por las calles de la penitencia a Jesús en su sufrimiento. Un año en los brazos junto a ti compartiendo el turno, a los pocos años bajo el andarilla tomado de la cinta negra anudada a la cintura y sin darte cuenta, un año por curiosidad lo mides en el cartabón y que sorpresa que tu hijo, tu muchacho ya puede llevar en hombros a la imagen de tu devoción. Las filas cada año crecen mas, todos los de mi generación llevan ya a su relevo delante de ellos, las mil preguntas de nuestros hijos de niños; Porque Papá,  murió Jesús?, Porque la Virgen llora?, Porque hoy no tocan las campanas?…hoy se convierten en rememoraciones anuales de todo lo vivido, comenzando con la frase….Recordás…?

Muchos de nuestros mejores años trascurren así, entre las platicas de nuestros recuerdos y los cambios generados en nuestras tradiciones, todos ello si afortunadamente para bien de las mismas. Fuimos testigos de como se comenzó a celebrar en honor de los fieles difuntos una pequeña procesión alrededor de la plazuela, fui uno de los tantos cientos de personas que asistió al Solemne Acto de Consagración del Señor Sepultado y soy en la actualidad un orgulloso devoto, que ha visto pasar frente a su ventana de nuevo a Jesús ya restaurado. En fin son mil recuerdos y mil vivencias fruto del Legado que mis padres me inculcaron y que yo he sido portador y cuando me toco, propagarlo, cuestión que me llena de tanto orgullo.

Hoy las túnicas ya no son solo dos, hoy es una pared llena de ellas, de todos tamaños, lo son también madrileñas negras, de hijas, nietas y hasta nueras, que han heredado el gusto y sobre todo ese poquito de penitencia que cada uno estamos llamados a hacer. Hoy la apacible casona de los abuelos,  se ha convertido en la casa donde llegan cucuruchos y cucuruchas de mi familia,  para compartir ese amor por lo nuestro.

Porque todos somos llamados a darle continuidad al legado que nuestros antepasados han inculcado en nosotros, porque en todos hay un poco de la historia de nuestra Semana Santa, porque es un deber de amor pasar de generación en generación el amor por nuestras tradiciones y porque acompañar al Señor en su camino hacia la cruz y al sepulcro es como Católicos un Legado de Fe y Tradición que se ha mantenido a través de los siglos y hoy nos enorgullece ser parte de una Ciudad, que vive detenida en el tiempo y que así como nuestros padres nos llevaron un día, hoy nosotros estamos llamados a seguir inculcando y fortaleciendo la herencia cultural y religiosa en las generaciones presentes y futuras.

Hoy en el ocaso de mi vida y vivencias, solo puedo estar orgulloso porque de mi mano han pasado generaciones y generaciones de nuevos devotos, que hoy son los que me llevan a mi a alguna esquina o a la Plaza Central a cantarle el perdón o rezar en mi silencio un Padre Nuestro al Señor Sepultado. Talvez mi labor no haya terminado porque aun debo de seguir trasladando mis memorias de antaño a quienes hoy con ojos ávidos de historias me escuchan en mi ventana,  con mil ademanes y sonrisas de orgullo, contarles como eran en mis tiempos y como se ha fortalecido el Legado de Fe y Tradición que otros labraron para mi y que yo he sido también parte del mismo, sintiendo el orgullo y el sentimiento de entrega hacia lo nuestro, hacia la Cuaresma y Semana Santa en La Antigua Guatemala.
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